Ricardo Vírhuez Villafañe | La literatura en Iquitos



     
La ciudad de Iquitos es una de las ciudades más jóvenes del Perú; sin embargo, ha tenido un proceso de modernización y urbanización paralelo al de las demás ciudades del país, principalmente a partir de la segunda mitad del siglo XX.

Por esta razón, no debemos extrañarnos que la primera novela urbana en el Perú sea amazónica y tenga como escenario los barrios pobres de Iquitos: Días oscuros, de Francisco Izquierdo Ríos, publicada en 1950 y expresión de la miseria en Belén, el barrio curiosamente más turístico de la ciudad. O también que la primera revista infantil en el Perú sea amazónica, Trocha, fundada por Francisco Izquierdo Ríos en 1942 y que acogiera a profesores y poetas que querían expresar sus anhelos pedagógicos mediante la literatura.

Podemos añadir más muestras de desarrollo literario urbano paralelo con otras ciudades del país. Lo que nos interesa es señalar que desde sus inicios la Amazonía, e Iquitos en particular, ha vivido un proceso de desarrollo y de producción literaria bastante rico y complejo, y que por múltiples razones no ha sido insertado en los estudios académicos y críticos. Esta aproximación pretende ser una muestra de las publicaciones más importantes de la literatura desarrollada en Iquitos y que han marcado las pautas de su producción contemporánea.

Los inicios

En 1905 aparece uno de los libros pioneros de la literatura amazónica y que mejor representa el ciclo del caucho (entre 1882 y 1912). Se trata de Apuntes de viaje en el oriente peruano, de Jorge von Hassel, ingeniero alemán que vivió mucho tiempo recorriendo el Perú y construyendo vías y puentes. Son cuentos realistas que abordan el conflicto de la explotación cauchera sin la decadencia romántica de esos años. Por ejemplo, el cuento “Mashco playa”, que narra el enfrentamiento entre un indígena mashco y un cauchero a manos desnudas, y la victoria del mashco, ilustra el trágico final que tuvo el cauchero Fitzcarrald ahogado en el río.

Iquitos era una ciudad cosmopolita pero humilde, que fue creciendo de manera desigual entre casas caucheras, palacetes de estilo europeo y grandes riquezas extranjeras, frente a caseríos humildes que se levantaban alrededor de las calles principales. Antonio Raimondi, que la visitó en 1868, escribió: “Iquitos, una miserable ranchería de indígenas pocos años ha, es ahora una población con buenas y sólidas casas con almacenes surtidos de efectos y con pobladores de distinta nacionalidad”. En ese contexto surge entre 1910 y 1919 una pugna intelectual, periodística y literaria entre dos grupos culturales, la Cueva, formada por intelectuales provenientes de distintas partes del Perú, y la Liga, integrada por amazónicos. Ambos bandos defendían posiciones no solo distintas en lo político, sino también frente a la explotación cauchera. Muchos intelectuales fueron perseguidos por denunciar los casos de tortura y asesinatos, como el periodista Benjamín Saldaña Roca. Y el juez Rómulo Paredes, que escribió el poema A Samarem en 1918, también tuvo que huir ante amenazas de muerte.

La producción literaria, intensa y breve, estuvo guiada por la pasión cauchera, las denuncias públicas y los poemas sociales, como las Cocolichadas de Jorge Rúnciman y el famoso Canto al Amazonas de Fabriciano Hernández. En 1918 Jenaro Herrera (Moyobamba 1861-1941) publica Leyendas y tradiciones de Loreto, un clásico de las letras amazónicas por la elegancia de su estilo y la recopilación de leyendas mestizas y ribereñas.

Aunque editada en Guayaquil en 1928, César Augusto Velarde publica la que sería la primera novela amazónica, Sacha-novela, escrita con posterioridad a la rebelión de Cervantes de 1921 en Iquitos, que describe en la parte final del libro. Son las consecuencias del abandono que sufre la ciudad, y los intentos de colonización de la selva, luego de la decadencia del ciclo cauchero.
     
Los dorados años 40

Entre 1941 y 1942 aparece en Iquitos la revista educativa Trocha, dirigida por Francisco Izquierdo Ríos, que reunió a interesantes literatos como Juan Ramírez Ríos, Ana Sifuentes, Julio César de Pina y Peña, Marco Antonio Vértiz y Fernando Barcia, entre muchos otros. Se trató de un grupo muy influyente en las letras amazónicas y nacionales, y su inclinación pedagógica definió por aquella época el carácter didáctico de la literatura infantil. Es bueno señalar que Trocha, durante el cuatricentenario del “descubrimiento” del río Amazonas (1942), se adhiere a la presencia hispánica por encima de las culturas indígenas, pero hace un llamado al conocimiento del pasado amazónico.

La celebración de este cuatricentenario origina también el surgimiento de numerosas obras literarias en Iquitos. La más notable de ellas es Sangama (1942), de Arturo Hernández (Sintico, 1903-1970). Novela de aventuras, de interrogantes sobre la identidad andino-amazónica, introspección en la exuberancia y exotismo selváticos, y una trama apasionante, de entre las mejores creadas en la Amazonía. Posteriormente, Hernández publicaría dos novelas más, Selva trágica (1954) y Bubinzana (1960), y el libro Tangarana y otros cuentos (1969).

César Lequerica (Iquitos, 1903-1970), por su parte, publicó Sachachorro (1942), un muestrario de leyendas, crónicas y estampas costumbristas sobre el Iquitos que iba cambiando a pasos agigantados. Arturo Burga Freitas (Iquitos, 1908-1975) publica Mal de gente en 1943, una especie de novela rural, mestiza, donde se desenvuelve el castellano amazónico y la historia queda anclada en el mundo regional; y poco antes, en 1939, había publicado Ayahuasca, libro que recoge las tradiciones orales ribereñas. Finalmente, cerrando el ciclo narrativo de estos años, Juan Ernesto Coriat publicó Un amargado (1946), con dominantes tintes regionalistas.

     
Los años 50

Los años 50 representan una etapa de ruptura para las letras amazónicas. 

Primero Francisco Izquierdo Ríos, quien en 1950 publica la primera novela urbana en la Amazonía y en el Perú, titulada Días oscuros. Si tenemos en cuenta que en esos años eclosionaba lo más resaltante de la narrativa urbana peruana, comprenderemos mejor el esfuerzo de Izquierdo Ríos. Miguel Gutiérrez, en su ensayo La generación del 50: un mundo dividido (1988: 85) lo resume así: 

…entre 1953 y 1955 publicaron Nahuín (Eleodoro Vargas Vicuña), Náufragos y sobrevivientes (Sebastián Salazar Bondy), La Batalla y Los Ingar (Zavaleta), Los gallinazos sin plumas (Ribeyro), Lima, hora cero (Congrains) y El avaro (Loayza), todos libros de cuentos y relatos; y entre 1958 y 1965, las novelas No una, sino muchas muertes (Congrains), Crónica de San Gabriel (Ribeyro), La ciudad y los perros (Vargas Llosa), Los geniecillos dominicales (Ribeyro), Una piel de serpiente (Loayza) y En octubre no hay milagros (Reynoso). 

No se trata solo del tema urbano de estas grandes obras, sino también del uso de nuevos recursos, del desarrollo del personaje y de su subconsciente, y de un rompimiento frontal con el regionalismo. En Días oscuros de Izquierdo Ríos el escenario es la ciudad de Iquitos, la pobreza, la búsqueda de la salud que parece ser la misma búsqueda de la existencia, el enfrentamiento con personajes anclados en el pasado, y una atmósfera de realismo psicológico novedoso. Adicionalmente, Izquierdo Ríos publica en 1952 la novela En la tierra de los árboles, y en 1957, Gregorillo. Pero Izquierdo, fiel a la tierra, regresa a sus narraciones de corte regional y costumbrista, como en su inicial Ande y selva (1939), y retoma sus hallazgos en narrativa urbana de Iquitos con su libro Belén (1971).

En 1957, Germán Lequerica (Iquitos, 1932-2000) publica su mejor poemario, La búsqueda del alba, con el cual da fin a la poesía romántica y modernista que había caracterizado a las letras amazónicas. Poco antes, en 1952, había publicado Selva lírica, hermoso libro con poemarios de tres autores, en el que confluyen las voces de la época, pero inquietas, anunciando el cambio. En La búsqueda del alba asistimos a la dura batalla que animaba a los escritores en Lima, entre poetas puros y poetas comprometidos. Lequerica, comunista militante, desarrolla una poesía cercana a la lírica anglosajona sin abandonar del todo el ritmo hispánico, pero inaugurando una voz nueva, una emoción honesta frente al puro ritmo retórico de la poesía hispánica. Su poesía apuesta por los humildes, y lo hace con una profundidad y belleza nunca antes vista en las letras de la Amazonía. Por ello, con La búsqueda del alba inaugura la moderna poesía amazónica, que pronto se abriría a aires más contemporáneos y abandonaría por fin la retórica modernista.

De otro lado, en 1958 se publica en Madrid el libro Cuentos amazónicos, de Humberto del Águila Arriaga (Moyobamba, 1893-1970), amigo de José Carlos Mariátegui, periodista de fina pluma y quien fuera, probablemente, el primero a quien llamaran “Charapa” en Lima. Se trata de cuentos escritos con el placer de narrar, ambientados en el interior de la selva, con lenguaje elegante y colorido. Sin duda, uno de los más importantes libros de cuentos de la Amazonía en su etapa de autodescubrimiento, plena de sorpresas y anécodotas. Sin embargo, es bueno destacar que varios de estos cuentos fueron publicados en los años 20 en el diario El Oriente, de Iquitos, conforme a las pesquisas del estudioso Manuel Marticorena. Como vemos, mediante Humberto del Águila, que fundó con Mariátegui y César Falcón el diario La Razón, en Lima, la Amazonía estuvo presente en los avatares culturales de nuestro país, incluyendo a autores limeños que escribían sobre la selva, como Manuel Beingolea y sus Cuentos pretéritos (1933), Fernando Romero y sus Doce novelas de la selva (1934) y Ventura García Calderón (que en realidad nació en París) y La venganza del cóndor (1923), para citar solo a unos cuantos que mantenían presente a la selva en el imaginario literario y cultural peruano.
     
La década del 60 

La década del 60 tiene una particular importancia para la literatura amazónica. En 1963 se funda el grupo ‘Bubinzana’ (en homenaje a la novela Bubinzana de Arturo Hernández, publicada en 1960), formado por buenos lectores como Jaime Vásquez Izquierdo, Javier Dávila, Róger Rumrrill, Teddy Bendayán y Manuel Túnjar. Solo los cuatro primeros lograron publicar libros; Túnjar, ninguno. Se trata de un grupo de intelectuales que tenían ideas poco claras sobre la literatura y muchas buenas intenciones sobre actividades culturales. Su Manifiesto literario resulta interesante por su ingenuidad, y anacrónico porque no asumieron la literatura como un proceso regional o nacional, en plena construcción; no incluyeron en su proyecto al indígena amazónico ni a las múltiples lenguas en el proceso verbal literario, y no comprendieron tampoco el decisivo aporte de modernización poética de Germán Lequerica en la década anterior. Fueron incendiarios que desconocieron los esfuerzos creativos de décadas anteriores. ‘Bubinzana’ como grupo literario no tuvo mucha importancia (no hicieron lo que en su manifiesto afirmaron que “se debería hacer”), pero sus integrantes siguieron desarrollando en años posteriores una intensa actividad periodística y literaria de modo personal, en las aulas universitarias o en Lima y el extranjero. 

Pese a que la mayor notoriedad periodística la logró Róger Rumrrill por exponer temas de Amazonía y narcotráfico a nivel nacional, ha sido Jaime Vásquez Izquierdo (Iquitos, 1935-2008) el que desarrolló una impresionante novelística que sepultó los esfuerzos narrativos de sus antecesores y contemporáneos, y posee no solo el mayor logro literario en este campo, con novelas como Río Putumayo (1996), Cordero de Dios (1989 y 1991, trilogía cuyo último tomo aún permanece inédito), Meditaciones del hambriento (1993), Kontinente Negro (1998), La guerra del sarjento Ballesteros (2006), Hashkivenu avinu (2008, póstumo), sino también por lo menos media docena de novelas, poemarios y cuentarios inéditos. Cordero de Dios, en sus tres tomos, narra el surgimiento y desarrollo de Iquitos y sus contradicciones urbanas desde la mirada sensible de un niño judío, cuya vida enfermiza lo hará caer fácilmente en las trampas del amor, los médicos y las difíciles amistades.

En esta década de 1960 también surge un poeta importante y sin embargo olvidado, Pedro Gori (Iquitos 1934), autor del hermoso poemario En la lejanía más honda (1964), que confronta con serenidad la lucha contra la poesía modernista y nos acerca a una lírica más limpia, apasionada y honesta. Un poco antes, en 1961, había publicado Poesía de emergencia.

Y no puedo dejar de mencionar el hermoso y breve poemario No a la posada lleva este camino (1969), de Igor Calvo, poeta nacido en Iquitos que al parecer no volvió a publicar más libros.
     
Los 80

Los años 80 son una década interesante. En 1981 aparece Cuentos y algo más, de uno de los buenos narradores nacidos en Iquitos, Arnaldo Panaifo Teixeira (1948-2005), y en 1982, El pescador de sueños. Luego siguieron El ocaso de Ulderico el multiforme, Julia Zumba la nodriza reina, El parpadeo insomne, etc.; hasta su obra póstuma Palabras para el shamán y Cushuri (2006). La obra de Panaifo es una muestra de poesía y narrativa rebelde, apasionada, iconoclasta. Su pensamiento fue igualmente anticlerical, y lo expuso en su pequeña revista Los shamiros decidores, cada mes. 

Aunque nacido en Lima (1940-2000), el poeta César Calvo Soriano publicó una de las novelas clave para la Amazonía peruana, Las tres mitades de Ino Moxo (1981). El ayahuasca no solo es el vehículo sino también el objeto social de un vuelo intenso, lírico narrativo, donde explora los caminos de la historia (el genocidio cauchero, por ejemplo), las rutas del mundo indígena contadas desde una visión mestiza y la confrontación con Occidente mediante esquemas y recursos poéticos contemporáneos (acumulación de imágenes, contradicción, monólogo interior, etc.). La tercera orilla como manifiesto de las múltiples partes de la sociedad, o mejor, como la conciencia de que la “relación” es lo único que dinamiza la existencia de las partes. La ciudad de Iquitos aparece como fondo de la memoria tanto como la selva misma, y en ellas es la Historia la que surge implacable, conminatoria.

Julio Nelson (Iquitos, 1943) publicó en 1982 el hermoso poemario Caminos de la montaña, libro donde la poesía china, el elegante aliento de Saint John Perse o, a veces, cierto conceptismo se dan la mano para mostrarnos una obra original y única para nuestra Amazonía. Su segundo poemario, El otro universo (1994), de lenguaje depurado y preciso, solo confirmó la maestría de Julio Nelson en una poética muy personal, sumergida en anhelos populares. En 1998 publicó su único libro de cuentos La tierra del sol, que es la emoción de un amazónico por el mundo andino. Augusto Roa Bastos dice de este libro:

A mí me alcanzó muy particularmente el suyo, por su lirismo y fuerza vital. Su cuento “La agencia de ómnibus” enriquece esa cultura tan bella y peculiar que es la cultura andina, ya que además de los dones que he anotado, está dotado de suma modernidad en su elaboración.

Germán Lequerica, reconocido poeta iquiteño a quien ya nos hemos referido, publica en 1984 el libro de cuentos Ese maldito viento, extraordinario trabajo narrativo, de entre los mejores escritos en esta parte de nuestro país. Sus historias son construcciones redondas, con uso de técnicas diversificadas, monólogo interior en forma dominante, lenguaje popular debidamente poetizado y finales sorpresivos.

Orlando Casanova (Iquitos, 1943-1997) se desenvolvió principalmente como escritor de libros infantiles y es reconocido actualmente, con todo derecho, como el máximo exponente de la literatura infantil loretana. Sus cuentos cargados de alegría y ternura parten desde El niño y el chichirichi (1981), La oruga que quería vivir (1985) hasta El viaje de la vida (1986, escrito a dos manos con Germán Lequerica), El pescador embrujado, etc. Casanova era profesor, y por ello sus cuentos buscan enseñar, formar, mostrar caminos, pero sin perder su valor literario ni la magia de sus historias donde niños y animales del bosque se ayudan mutuamente.

Nacido en el caserío de Chimbote (río Amazonas) en 1955, César Arias Ochoa es un buen poeta que desde su primer libro, Neblinas (1982), supo domar el lirismo del verso breve e intenso, que alargó en La casa sin puerta (1983), título que se convirtió en la mejor metáfora para mostrar el saqueo de la Amazonía, la explotación de sus habitantes y la destrucción de una de las regiones más hermosas del mundo.

Juan Saavedra Andaluz (Iquitos, 1940) es uno de los escritores más urbanos de la Amazonía, con una extraordinaria capacidad para el humor y el alegre juego de palabras. Entre sus libros más importantes destacamos Los hombres astados (1986) y La muerte de Medel Mendiola (1988), en los que mezcla la narración de prosa directa con situaciones fantásticas, a veces humorísticas y otras rompiendo la estructura tradicional del cuento, hasta culminar como relatos abiertos y anécdotas pintorescas.

En 1987 aparece La mirada del búho, de Carlos Reyes (Requena, 1962), poemario intenso y retórico al mismo tiempo, con una rica muestra de recursos técnicos que buscan, ante todo, mostrar un contexto social donde el individuo, y con él la Amazonía, evoque una historia atravesada de injusticias y de no pertenencias. Sus demás poemarios han intensificado la búsqueda social desde una versificación más narrativa, plena de acumulación descriptiva como recurso dominante.

Sui Yun, seudónimo de Katty Wong (Iquitos, 1955) publicó el poemario Rosa fálica (1983) y Soy un animal con el misterio de un ángel (2000). Tiene poemas sueltos en revistas y plaquetas. Su poesía es feminista en tanto externaliza el yo femenino, sin ataduras patriarcales, principalmente mediante el erotismo. Su manejo del ritmo es sorprendente, algo que solo notamos en Lequerica y Nelson, y la brevedad de su versificación la hace intensa, clara, de frase límpida.
     
Los rebeldes años 90

Luis Urresti Pereira (Iquitos, 1964) publica en 1989 su primer poemario, Arquitectura y piedra, y en 1991 su segundo libro, Espacio para conspirar. Un aliento social atraviesa las palabras de Urresti, incluso en los poemas más íntimos, dando la voz de alarma a una década intensa. A veces son expresiones conminatorias, como “Miramos desde el portal”:


Ambos miramos desde el portal
y descubrimos la vida a migajitas
la misma bodega discretamente
abarrotada y huidiza
La misma calle y sus desagües
cloacas repletas de ratas
El mismo bar emanando olor a muerte
sabor a vida
La misma tarde enmudecida
cubierta de tules
caminando debajo del portal
Aun así partimos desde la tarde
llegamos hasta la tarde
nos posamos debajo del portal
y vemos pasar la vida lamentándose
la muerte cantando.


Por su parte, Ana Varela (Iquitos, 1963) publicó el poemario El sol despedazado (1991) que luego incluiría en Lo que no veo en visiones. Sin abandonar el espíritu social, sus poemas son a menudo letanías que mejoran en la expresión erótica. 

En 1993 Martín Reátegui Bartra (Iquitos 1960) publica su primer libro de cuentos, La mesa ensangrentada, al que seguirían El idioma del fuego (2007), Tres cuentos amazónicos (1990) y De cárcel, guerras y burdeles (2011). Pese a que ha publicado también el ensayo Wika Ritama, la lucha de los cocamas del Bajo Nanay (2002) y posee una formidable vocación y conocimientos sobre historia amazónica, son sus narraciones las que resultan interesantes porque se trata de la primera vez que se ficciona sobre la guerra interna en la selva baja. Con humor, irreverencia y compromiso político, Martín Reátegui nos cuenta historias de guerra, de personajes encarcelados y, con bastante ironía, sobre los seres fantásticos que la creatividad popular ha instaurado en el imaginario colectivo. Cuentos de ternura y denuncia social como “La embarcada” son construcciones narrativas perfectas, de entre lo mejor de la cuentística loretana.

En 1990 el poeta Carlos Fuller (Puerto Maldonado, 1951), afincado durante muchos años en Iquitos, publica su hasta ahora único libro, Acuarelas de la tarde. Poesía intensamente lírica, con un lenguaje despojado de retórica y metáforas, con imágenes claras y una contenida emoción de ternura, que según Luis Hernán Ramírez posee “una capacidad lírica para impactarse de impresiones visuales y paisajistas”. 

Armando Almeida Nacimento (Orán, 1962) nos sorprende con Composición del tiempo (1992), un poemario escrito con palabras sencillas, contenido lirismo y un espíritu popular que todo lo atraviesa. Se trata de una forma expresiva que ya advertíamos en César Arias y Luis Urresti, y que en Almeida se manifiesta entero, renuncia a toda retórica y expresa lo mínimamente necesario. La dedicatoria como poema breve es la mejor muestra: 

A Isaac Palermo (Shaquito)

Que nunca podrá leer un poema
pero su remo y canoa surcan
este libro por medio río. 

Una continuidad de esta tendencia expresiva, cargada de ternura y denuncia, la notamos en su segundo poemario, La huimba (2006).

Magín Barcia Boria publica una novela increíble, Oro verde (1995), en la que asistimos al resurgimiento de la novela de aventuras, inaugurada por Sangama de Arturo Hernández. El libro está construido a partir de los elementos básicos de la narrativa de aventuras: un personaje principal (un ingeniero, descendiente de caucheros, álter ego del autor) que debe enfrentar y soportar las zozobras debidas para cumplir con su objetivo. Para ello, el personaje posee cualidades especiales, domina las artes marciales, dispara armas de fuego con sorprendente puntería y además tiene éxitos con las mujeres. Y sus logros son justicieros, enrumbados hacia la verdad y la equidad. El ambiente de la novela es variado, desde los desiertos costeños hasta centrar la aventura en Iquitos y luego los ríos, la selva, el paisaje como un telón exótico y colorido. Se trata de un libro de más de quinientas páginas, ágil, de lenguaje dinámico y un discurso narrativo que se desarrolla sin ambigüedades. 

Un narrador que merece no solo mucha atención sino toda nuestra admiración es Walter Meza Valera (Balsapuerto, 1940), que en 1994 publicó su primera novela De Lima la ilusión, a la que siguieron La inocencia del grillo cantor (2000), Cuando amar sí es un delito (2003) y Para que no te coma el otorongo (2009). De este último libro precisamente destaca su novela breve o cuento largo “¡Aaaaaguaaaa!”, en la que retrata una situación futurista: la ciudad de Iquitos sin agua, sin una sola gota de lluvia, sin río, con un calor insoportable y las mil formas para soportar la sequía más terrible. Su lenguaje es vigoroso y sus imágenes directas, con un regionalismo lexical moderado, dotando a sus personajes de imaginación y valor para enfrentar las adversidades, y también de la miseria que cubre los oportunismos ante la desgracia ajena.

En 1997 el poeta Wilder Rojas (Iquitos, 1965) nos regaló una breve sorpresa con su poemario Caballero de bosque, hermoso título al que luego sumaría Avenida amarilla (2007). Entre la poesía lúdica que quiere mirar el mundo desde la lejana infancia o los recuerdos de un Iquitos transformado, el poeta construye imágenes atractivas, plenas de sentimiento, en formatos de versos breves, en cascada, como una acumulación cortada por el suspiro, el parpadeo, la frase exacta.

Eleazar Huansi Pino (Contamana 1960), por su parte, publicó en 1998 su exitoso libro Cuentos del río, que tiene numerosas ediciones y que se ha difundido principalmente entre el público infantil y escolar de Iquitos. A este libro primigenio, pleno de aventuras donde intervienen animales y niños, conciliando el cuento y la fábula, le siguieron Cuentos de amanecer (1996) y el poemario Lluvias de verano (1996), entre otros libros.

Yulino Dávila (Iquitos, 1952) publicó en 1995 El tratante, deslumbrante poemario pleno de ejercicios expresivos, experimentos verbales y sintácticos, una suma de expresionismo moderno. Fusión seguido de Diapasón de lo inverosímil de la carne (2010) y Tálamo y escalpelo (2013) son sus últimos poemarios.

Jose Carlos Rodríguez Nájar (Iquitos, 1945) es autor de un libro donde ha reunido buena parte de su poesía, Quintesencia (1996), reelaboración propia de su arte poética y mucho más cercano a la versificación y aliento anglosajones, como en “Marome símbolo”:

Yo seré la luz que portará tu sombra hasta la muerte
y tú serás, por último, la divina palabra de mi canto.

Junto a Yulino Dávila y Julio Nelson, uno de los más líricos, intensos y modernos poetas de Iquitos.
     
El siglo XXI

El nuevo siglo nos ha traído buenas novedades. Armando Ayarza (Iquitos, 1960) publicó el poemario Crónica del río de las Amazonas (2000), que tiene exitosos antecedentes como Ítaca (1983) de Jorge Eslava, por el uso del español arcaico para poetizar una época. Ayarza poetiza el “descubrimiento” del Amazonas partiendo de la visión alucinada del cura Gaspar de Carvajal y el viaje de Orellana. Ha publicado, además, Voces del Yacuruna (2007), continuando con la poetización histórica de la Amazonía con personajes populares como voceros, y La canción de los amantes (2007), poesía amorosa y celebratoria. Pero Armando Ayarza es, además, crítico literario y tiene numerosos estudios sobre períodos literarios en la Amazonía, aún inéditos, y sobre títulos específicos y ensayos pedagógicos.

Manuel Marticorena (Arma, 1949), por su parte, es el mayor investigador de la literatura amazónica desde hace muchos años. Ha publicado poemarios como Viento del olvido (1998), Encuentros y desencuentros (2010), Evocaciones 1 (2011), voces de la memoria y líricos, a veces de largo aliento y otras de ritmo breve y sosegado. Su único libro de cuentos es Otro día me toca a mí (2013), de brillante factura, y entre sus ensayos tenemos El castellano amazónico del Perú (2010), importantísimo libro para cualquier estudioso del habla regional; Ciro Alegría y la Amazonía peruana (2009), y su libro imprescindible, De Shamiro decidores, proceso de la literatura amazónica peruana (de 1542 a 2009), publicado en 2009, formidable resultado de décadas de investigación, acopio bibliográfico y estudio minucioso. 

El 2005 Werner Bartra (Moyobamba, 1970) publica su novela El patio de los pasos invisibles, una de las obras mejor construidas por su buen desarrollo de la historia y el uso de recursos dosificados. Una historia de amor, que es al mismo tiempo historia de remembranzas, conflictos sociales y eventos fantásticos.

Asimismo, en 2006 Cayo Vásquez publica su agitada y polémica novela Hostal Amor, cuyo punto de partida es el estilo testimonial de prostitutas, policías, homosexuales, traficantes, agentes extranjeros, ancianos, etc., cobijados en hostales de mala muerte y todos, sin excepción, con historias sublevantes, pero llenos de alegría de vivir pese a la pobreza. Libro que ha sido calificado por Oswaldo Reynoso como “la novela” de Iquitos.

El día que se hizo noche (2006) es un magnífico libro de cuentos de Edgardo Pezo Pérez, quien construye un lenguaje limpio y perfecto para narrar incluso las peripecias más cotidianas. Entre la redondez de sus historias y la expresión medida, el arte literario de Edgardo Pezo es una buena propuesta de modernidad dentro de la selva, como las historias de amores quebrados, mujeres aquejadas por la memoria amenazante y la búsqueda del hijo muerto, más distante incluso por lejanías fronterizas. 

Otro de los importantes narradores surgidos en Iquitos es Julio Oliveira Valles, autor de Treinta días perdido en la selva (2002), Entre ríos y bosques (2004), Travesía insólita (2007) y El indomable curaca (2009), entre otros títulos. Su narrativa posee un colorido impresionante, pero lo que más nos sorprende es su profundo conocimiento de la selva. 

Probablemente no exista en la Amazonía un escritor que conozca tan profundamente los detalles y vericuetos de la selva como Julio Oliveira, lo que plasma en sus cuentos y novelas con mucho humor, perfecta construcción de las historias y defensa de los hábitats naturales y de los pueblos indígenas. Y se da el lujo, incluso, de ser crítico con el machismo loretano, como en el cuento “El cazador cazado” (del libro Travesía insólita), en que el profesor visitante que anhela tener sexo con todas las mujeres del pueblo, al final debe huir ante el acoso repentino de las mismas mujeres que lo visitan y suben por el techo de su casa para tenerlo primero.

Juan Andrés Sicchar Vílchez (Iquitos, 1977) publicó el poemario Plegaria de los convencidos (2006), una muestra de la nueva y vigorosa poesía joven de Iquitos, de verso libre y acumulativo, donde se funden ironía, denuncia, grito y rebeldía, que el profesor Manuel Marticorena califica como “neobeatnick”. Una poesía que se desnuda a sí misma para confrontarse con la sociedad minusválida, corrupta; un alegato, que también es un llamado de atención, y que no busca regodearse con la frase perfecta ni la imagen feliz. Es, en esencia, poesía viva. Su vitalismo es su manera manera de existir y de ser.
     
Palabras finales

Lo primero que se me ocurre decir es que se trata de un panorama injusto sobre la literatura de Iquitos. Existe mucha más literatura que he debido obviar, olvidar, desconocer, y libros que me producen interrogantes y autores en quienes me hubiese gustado detenerme. No he dicho una palabra sobre las tradiciones orales indígenas ni ribereñas, por ejemplo, que se reproducen en Iquitos y se mezclan con versiones mestizas en Belén, Nanay o Masusa. Hablar, por ejemplo, de la obra de Teddy Bendayán, defensor de una literatura comprometida; o de Erwin Rengifo, cuyos cuentos para niños son extraordinarios; así como los primeros cantos para niños de Daphne Viena; o sorprenderme con el estilo desalentador de Miguel Donayre, cuya abundante narrativa merece mejores objetivos; o el estilo cantinflesco de Percy Vílchez, o la promesa poética de Karen Morote, que ya no tuvo continuidad, o el largo aliento poético de Fernando Fonseca, excelente amigo y poeta campesino a quien la extensa versificación, de corte narrativo como himnos, le brota por los poros. Y no olvidar la poesía concentrada de Remigio Reátegui Borges. O referirme a la poesía natural (¿de qué otro modo llamarla?) y cargada de ternura de Pedro del Castillo Bardález, médico y poeta que compartiera el dolor humano en los hospitales de Iquitos, o la locura verbal, poética y narrativa, de Álvaro Ique Ramírez, o los esfuerzos culturales, que incluyen poesía, canciones y cuentos, del musicólogo Luis Salazar Orsi. O quizá referirme a la extensa labor de difusión cultural de Róger Rumrrill, cuya novela La virgen del Samiria pudiera convertirse en una de las más destacadas de la Amazonía mejorando la edición y sin las disquisiciones históricas y ensayos abiertos que denigran la narración, o a esa suerte de nueva narrativa, entre frívola, fantástica y lenguaje plano que es Resplandor de Paco Bardales. O referirme a las harto conocidas novelas de Mario Vargas Llosa ambientadas en Iquitos, como La Casa Verde y Pantaleón y las visitadoras. En fin, la lista es larga y depende de la memoria.

No existe una producción literaria “nacional” que no sea al mismo tiempo “regional”. Es decir, las literaturas locales muestran el proceso (adelantado, paralelo o retrasado) de lo que se publica en la capital, que es al fin y al cabo, sobre todo en los últimos años, termómetro de la vida cultural nacional. Pero no siempre fue así. A inicios del siglo XX el Sur creó el vanguardismo peruano y demostró el gran atraso cultural de Lima. La Amazonía, e Iquitos en particular, bien puede liberarse de las ataduras centralistas y afirmarse en su propio proceso, reconocer el rico legado de los que nos antecedieron, y saber que los que vienen lo harán mejor que nosotros.




RICARDO VÍRHUEZ VILLAFANE, Escritor peruano nacido en Lima el 23 de mayo de 1964. Estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y posteriormente Lingüística en la misma universidad. A los 16 años obtuvo sus primeros premios nacionales de cuento y de ensayo. Publicó el libro de crónicas Las hogueras del hombre (1992), donde retrata de manera resumida la vida cotidiana de esos años, marcada por la violencia política. Luego publica la pieza de teatro El cielo azul (1993), una jocosa comedia ambientada en el cielo; la novela El periodista (1996), el poemario Voces (1998), el libro de cuentos El olor del agua (2000), la novela Volver a Marca (2001) y el ensayo Marca: Historias y tradiciones (2003). Durante sus años universitarios dirigió el grupo de teatro Tumueca. Posteriormente, radicó en Iquitos durante 7 años, trabajó como profesor en la Escuela de Bellas Artes "Víctor Morey Peña" de Iquitos, donde participó en exposiciones colectivas de pintura y realizó una muestra individual de fotografía ("Momentos", 1995). El año 2004 funda la Revista Peruana de Literatura, con la cual recorre todo el país para estudiar y difundir las diversas literaturas peruanas. Con la RPL ha publicado especiales dedicados a la literatura de Chimbote, Puno, La Libertad, Apurímac, Loreto y Cajamarca, y proyecta publicar especiales de literatura de las demás regiones peruanas. Esta revista también ha servido para difundir la creación literaria entre los niños y jóvenes estudiantes, mediante concursos literarios organizados en Grau (Apurímac), Marca (Ancash) y Huánuco. Adicionalmente a la Revista Peruana de Literatura, ha creado la revista Libros, con el fin de reseñar las numerosas publicaciones que existen en el Perú y que tienen escasa o nula difusión en los medios masivos de comunicación. También dirige el sello Editorial Pasacalle, con la que publica libros y diversas revistas culturales y turísticas para municipalidades distritales y provinciales.