Ricardo Jaimes Freyre


Castalia Bárbara





A Moisés Santiváñez



EL CAMINO DE LOS CISNES

I

Crespas olas adheridas a las crines
de los ásperos corceles de los vientos;
alumbradas por rojizos resplandores
cuando en yunque de montañas su martillo bate el trueno.

Crespas olas que las nubes oscurecen
con sus cuerpos desgarrados y sangrientos,
que se esfuman lentamente en los crepúsculos.
Turbios ojos de la noche, circundados de misterio.

Crespas olas que cobijan los amores
de los monstruos espantables en su seno,
cuando entona la gran voz de las borrascas
su salvaje epitalamio como un himno gigantesco.

Crespas olas que se arrojan a las playas
coronadas por enormes ventisqueros,
donde turban con sollozos convulsivos
el silencio indiferente de la noche de los hielos.

Crespas olas que la quilla despedaza
bajo el rayo de los ojos del guerrero,
que ilumina las entrañas palpitantes
del Camino de los Cisnes para el Rey del Mar abierto.




EL CANTO DEL MAL

II

Canta Lok en la oscura región desolada,
 y hay vapores de sangre en el canto de Lok.
 El Pastor apacienta su enorme rebaño de hielo,
 que obedece, —gigantes que tiemblan—, la voz del Pastor.
 Canta Lok a los vientos helados que pasan,
 y hay vapores de sangre en el canto de Lok.

 Densa bruma se cierne. Las olas se rompen
 en las rocas abruptas, con sordo fragor.
 En su dorso sombrío se mece la barca salvaje
 del guerrero de rojos cabellos, huraño y feroz.
 Canta Lok a las olas rugientes que pasan,
 y hay vapores de sangre en el canto de Lok.

 Cuando el himno del hierro se eleva al espacio
 y a sus ecos responde siniestro clamor,
 y en el foso, sagrado y profundo, la víctima busca,
 con sus rígidos brazos tendidos, la sombra de Dios,
 canta Lok a la pálida Muerte que pasa
 y hay vapores de sangre en el canto de Lok.


LOS HÉROES

III

Por sanguinario ardor estremecido,
hundiendo en su corcel el acicate,
lanza el bárbaro en medio del combate
su pavoroso y lúgubre alarido.

Semidesnudo, sudoroso, herido,
de intenso gozo su cerebro late,
y con su escudo al enemigo abate
ya del espanto del dolor vencido.

 Surge de pronto claridad extraña,
 y el horizonte tenebroso baña
 un mar de fuego de purpúreas ondas,

 y se destacan entre lampos rojos,
 los anchos pechos, los sangrientos ojos
 y las hirsutas cabelleras blondas.



LA MUERTE DEL HÉROE

IV

Aún se estremece y se yergue y amenaza con su espada
cubre el pecho destrozado su rojo y mellado escudo
hunde en la sombra infinita su mirada
y en sus labios expirantes cesa el canto heroico y rudo.

Los dos Cuervos silenciosos ven de lejos su agonía
y al guerrero las sombras alas tienden
y la noche de sus alas, a los ojos del guerrero, resplandece como el día
y hacia el pálido horizonte reposado vuelo emprenden.



LA NOCHE

V

Agitados por el viento se mecen las negras ramas;
el tronco, lleno de grietas, al rudo empuje vacila,
y entre el musgo donde vagan los rumores de la noche
rompen la tierra y se asoman las raíces de la encina.
Van las nubes por el cielo. Son Endriagos y Quimeras
y enigmáticas Esfinges de la fiebre compañeras,
y Unicornios espantables y Dragones, que persigue
la compacta muchedumbre de las venenosas Hidras;
y sus miembros desgarrados en las luchas silenciosas
ocultan con velo denso la faz de la luna lívida.
Saltan sombras de las grietas del viejo tronco desnudo,
y hacía la selva en fantástica carrera se precipitan,
sobre el musgo donde vagan los rumores de la noche
y amenazantes se yerguen las raíces de la encina.
Extraños seres que visten singulares vestiduras,
y abandonan sus heladas, misteriosas sepulturas,
en el sueño pavoroso de una noche que no acaba…
Mientras luchan en el cielo los Dragones y la Hidras,
y sus miembros desgarrados en los choques silenciosos,
ocultan con velo denso la faz de la luna lívida.



LOS ELFOS

VI

Envuelta en sangre y polvo la jabalina,
en el tronco clavada de añosa encina,
a los vientos que pasan cede y se inclina
envuelta en sangre y polvo la jabalina.

Los elfos de la oscura selva vecina
buscan la venerable, sagrada encina.
Y juegan. Y a su peso cede y se inclina
envuelta en sangre y polvo la jabalina.

Con murmullos y gritos y carcajadas
llena la alegre tropa las enramadas,
y hay rumores de flores y hojas holladas,
y murmullos y gritos y carcajadas.

 Se ocultan en los árboles sombras calladas,
 en un rayo de luna pasan las hadas:
 llena la alegre tropa las enramadas
 y hay rumores de flores y hojas holladas.

En las aguas tranquilas de la laguna,
 más que en el vasto cielo, brilla la luna;
 allí duermen los albos cisnes de Iduna,
 en la margen tranquila de la laguna.

 Cesa ya la fantástica ronda importuna,
 su lumbre melancólica vierte la luna;
 y los elfos se acercan a la laguna
 y a los albos, dormidos cisnes de Iduna.

 Se agrupan silenciosos en el sendero,
 lanza la jabalina brazo certero;
 de los dormidos cisnes hiere al primero
 y los elfos lo espían desde el sendero.

 Para oír al divino canto postrero
 blandieron el venablo del caballero,
 y escuchan, agrupados en el sendero,
 el moribundo, alado canto postrero.



LAS HADAS

VII

Con sus rubias cabelleras luminosas,
en la sombra se aproximan. Son las Hadas.
A su paso los abetos de la selva,
como ofrenda tienden las crujientes ramas.

     Con sus rubias cabelleras luminosas
     se acercan las Hadas.

 Bajo un árbol, en la orilla del pantano,
 yace el cuerpo de la virgen. Su faz blanca,
 su faz blanca, como un lirio de la selva;
 dormida en sus labios la postrer plegaria.

     Con sus rubias cabelleras luminosas
     se acercan las Hadas.

 A lo lejos por los claros de los bosques,
 pasa huyendo tenebrosa cabalgata,
 y hay ardientes resoplidos de jaurías
 y sonidos broncos de trompas de caza.

     Con sus rubias cabelleras luminosas
     se acercan las Hadas.

 Bajo el árbol en la orilla del pantano,
 sobre el cuerpo de la virgen inclinadas,
 posan, suaves como flores que se besan,
 sus labios purpúreos en la frente blanca.

     Y en los ojos apagados de la muerta
     brilla la mirada.

     Con sus rubias cabelleras luminosas
     se alejan las Hadas.

 A su paso, los abetos de la selva,
 como ofrenda tienden las crujientes ramas.

     Con su rubia cabellera luminosa
     va la virgen blanca.


EL ALBA

VIlI

Las auroras pálidas,
que nacen entre penumbras misteriosas,
y enredados en las orlas de sus mantos
llevan jirones de sombra,
iluminan las montañas,
las crestas de las montañas, rojas;
bañan las torres erguidas,
que saludan sus aparición silenciosa,
con la voz de sus campanas
soñolienta y ronca;
ríen en las calles
dormidas de la ciudad populosa,
y se esparcen en los campos
donde el invierno respeta las amarillentas hojas.
Tienen perfumes de Oriente
las auroras;
los recogieron al paso, de las florestas ocultan
de una extraña Flora.
Tienen ritmos
y músicas harmoniosas,
porque oyeron los gorjeos y los trinos de las aves
exóticas.
Su luz fría,
que conserva los jirones de la sombra,
enredóse, vacilante, de los lotos
en las anchas hojas.
Chispoteó en las aguas dormidas,
las aguas del viejo Ganges, dormidas y silenciosas;
y las tribus de los árabes desiertos,
saludaron con plegarias a las pálidas auroras.
Los rostros de los errantes beduínos
se bañaron con arenas ardorosas,
y murmuraron las suras del Profeta
voces roncas.
Tendieron las suaves alas
sobre los mares de Jonia,
y vieron surgir a Venus
de las suspirantes olas.
En las cimas,
donde las nieblas eternas sobre las nieves se posan
vieron monstruos espantables
entre las rocas,
y las crines de los búfalos que huían
por la selva tenebrosa.
Reflejan en la espada
simbólica,
que a la sombra de una encina
yacía, olvidada y polvorosa.

Hay ensueños,
hay ensueños en las pálidas auroras…
Hay ensueños,
que se envuelven en sus jirones de sombra…
Sorprenden los amorosos
secretos de las nupcias alcobas,
y ponen pálidos tintes en los labios
donde el beso dejó huellas voluptuosas…
Y el Sol eleva su disco fulgurante
sobre la tierra, los aires y las suspirantes olas.



LA ESPADA

IX

La rota, sangrienta espada del soldado,
cuando el Corcel luminoso con su roja crin la baña,
cubierta de polvo yace, como un ídolo humillado,
como un viejo Dios, hundido en la montaña.



EL WALHALLA

X

Vibra el himno rojo. Chocan los escudos y las lanzas
con largo fragor siniestro.
De las heridas sangrientas por la abierta boca brotan
ríos purpúreos.
Hay besos y risas.
Y un cráneo lleno
de hidromiel, en donde apagan,
abrasados por la fiebre, su sed los guerreros muertos.



EL HIMNO

XI

Bebe ¡oh Dios! Entre los bosques, al través de la espesura,
los feroces jabalíes han huido,
y en mitad de su carrera puso término a su insólita pavura,
rayo ardiente y luminoso de mi aljaba desprendido.
Bebe ¡oh Dios! Para tu copa dieron mieles las abejas
de los huertos del Palacio blanco y oro;
ya del Lobo y la Serpiente la medrosa vista alejas
y vierte la lengua de Orga su sacro raudal sonoro.
Cuando tu aliento se cierne sobre el campo de batalla,
ríe el guerrero a la Muerte que le acecha;
si en el espacio infinito, con el trueno, tu potente voz estalla,
se hunde en el cuelo la lanza y en el corazón la flecha!



LOS CUERVOS

XII

Sobre el himno del combate
y el clamor de los guerreros,
pasa un lento batir de alas;
se oye un lúgubre graznido,
y penetran los dos Cuervos,
los divinos, tenebrosos mensajeros,
y se posan en los hombros del Dios
y hablan a su oído.



AETERNUM VALE

XIII

Un dios misterioso y extraño visita la selva.
Es un dios silencioso que tiene los brazos abiertos.
Cuando la hija de Thor espoleaba su negro caballo,
le vio erguirse, de pronto, a la sombra de un añoso fresno.
Y sintió que se helaba su sangre
ante el dios silencioso que tiene los brazos abiertos.

De la fuente de Imer, en los bordes sagrados, más tarde,
la Noche a los dioses absortos reveló el secreto;
El Águila negra y los Cuervos de Odín escuchaban,
y los Cisnes que esperan la hora del canto postrero;
y a los dioses mordía el espanto
de ese dios silencioso que tiene los brazos abiertos.

En la selva agitada se oían extrañas salmodias;
mecía la encina y el sauce quejumbroso viento;
el bisonte y el alce rompían las ramas espesas,
y a través de las ramas espesas huían mugiendo.
En la lengua sagrada de Orga
despertaban del canto divino los divinos versos.

Thor, el rudo, terrible guerrero que blande la maza,
-en sus manos es arma la negra montaña de hierro,-
va a aplastar, en la selva, a la sombra del árbol sagrado,
a ese Dios silencioso que tiene los brazos abiertos.
Y los Dioses contemplan la maza rugiente,
que gira en los aires y nubla la lumbre del cielo.

Ya en la selva sagrada no se oyen las viejas salmodias,
ni la voz amorosa de Freya cantando a lo lejos;
agonizan los Dioses que pueblan la selva sagrada,
y en la lengua de Orga se extinguen los divinos versos.

Solo, erguido a la sombra de un árbol,
hay un Dios silencioso que tiene los brazos abiertos.




Poemas tomados de la primera edición del poemario de Ricardo Jaimes Freyre, Castalia Bárbara, País de Sueño, País de Sombra, con Prólogo de Leopoldo Lugones, Imprenta de Juan Schürer-Stolle [Buenos Aires: 1899]. 



RICARDO JAIMES FREYRE, Poeta, escritor, historiador y diplomático boliviano-argentino de origen peruano. Nació el 12 de mayo de 1868 en Tacna, Perú, ciudad en la que su padre estuvo como cónsul por Bolivia, y en la que viviría la primera etapa de su vida. Hijo de Julio Lucas Jaimes, periodista, narrador y diplomático boliviano y de Carolina Freyre, escritora peruana. Se traslada a Buenos Aires, donde adquiere la nacionalidad argentina, y trabaja como profesor de Literatura y Filosofía en la universidad. Marcha a Bolivia y se hace súbdito de este país, para desempeñar algunas misiones diplomáticas y el cargo de ministro, a la muerte del presidente Hernando Siles, regresa a Argentina.  Funda con Rubén Darío La Revista de América y en 1905 publica con J. B. Terán y J. López Mañas La Revista de Letras y Ciencias Sociales.  Miembro fundamental del movimiento del modernismo, fundó durante 1899 en Buenos Aires, junto a Rubén Darío, de quien era amigo, la Revista de América, que fue un referente literario continental. Su estancia en ésta ciudad le permitió cultivar además, la amistad de Leopoldo Lugones. Fue redactor del diario El País, y colaboró con publicaciones de la época. Entre 1896 y 1899 cumple funciones diplomáticas en Brasil, tiempo durante el cual escribe gran parte de su primer libro de poesía, Castalia bárbara (1899). En este libro sobresale la suite homónima, de 13 composiciones poéticas que evocan mitos y tradiciones nórdicas. Entre 1901 y 1921 vivió en Tucumán, donde se desempeñó como docente y periodista. Impartió los cursos de Psicología y Literatura Perceptiva, Lógica e Historia de la Literatura Española, en el Colegio Nacional de Tucumán. Uno de sus discípulos fue el poeta Manuel Lizondo Borda. Fue también docente, desde 1905, de la Normal y de la Universidad Nacional de Tucumán de la que fue co-fundador y uno los primeros profesores, convirtiéndose en un personaje importante de la vida cultural tucumana. Falleció en Buenos Aires el 8 de noviembre de 1933. Sus restos, junto a los de su padre, fueron trasladados a Potosí, a donde llegaron tres días después de su deceso y fueron depositados en la Catedral de la ciudad.



OBRA PUBLICADA

POESÍA 

1899 Castalia bárbara, País de Sueño, País de Sombra; prólogo de Leopoldo Lugones 
1917 Los sueños son vida 
1918 País de Sueño - País de Sombra + Castalia Bárbara. (La Paz. Bolivia)
1944 Poesías completas, prólogo y compilación Eduardo Joubín Colombres 
1957 Poesías completas, prólogo Fernando Díez de Medina (La Paz, Bolivia)
1974 Poemas/Leyes de la vesificación castellana, prólogo y notas Antonio Castro Leal (México)

TEATRO

1889 La antorcha (Fantasía dramática); (Sucre)
1899 La hija de Jefthé. Drama en 2 actos y en prosa (La Paz)
1928 Los conquistadores. Drama histórico en tres actos y en verso (Buenos Aires)

ENSAYOS 

1905 Leyes de la versificación castellana (Tucumán)
1908 La lectura correcta y expresiva: pronunciación, silabeo, acentuación, entonación e inflexiones de la voz, pausas, respiración, lectura de versos, consejos a los maestros.

OBRA HISTORIOGRÁFICA

1907 Tucumán en 1810 
1911 Historia de la República de Tucumán
1914 El Tucumán del siglo XVI: bajo el gobierno de Juan Ramírez de Velasco 
1915 El Tucumán colonial 
1916 Historia del descubrimiento de Tucumán